Por las puertas del Cementerio fue arrojada una cajita de música. La exiliada Dama del Cuervo, en su andar vagabundo en torno a los muros que no está autorizada a cruzar, la encontró.
Era pequeña, y no parecía muy antigua, aunque tenía señales de uso que delataban lo mucho que la había utilizado su dueño.
La reconoció enseguida.
Era suya.
Y con una delicada mano temblorosa, abrió la tapa...
Era suya.
Y con una delicada mano temblorosa, abrió la tapa...
Su voz cantó a dúo consigo misma. Finalmente cerró la caja y la guardó en el baúl de su corazón.
Y se echó a llorar.
Y se echó a llorar.
(Tres lunas ya... el tiempo corre, y ojalá lo dejase todo atrás... pero hay palabras difíciles de borrar... ¡mentiroso!)
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