Toda historia tiene un principio...


... y esta aún no ha llegado a su final.

Pero para entender el Ahora, debes conocer el Ayer.

En esta crónica plagada de claves, de secretos, de metáforas, simbolismos y sueños, sólo quienes comiencen el viaje desde el mismo punto en que se inició lograrán comprenderlo.

Toda historia tiene un Principio. Comiénzalo.




viernes, 25 de marzo de 2016

Retorno



"Despierta... por favor, despierta..."

La voz acongojada de la Sombra del Trobador es una súplica desesperada.

El Cementerio no parece haber cambiado, salvo por estar inusualmente silencioso. El silencio del vacío, de la falta de presencias. La Sombra, el Trobador, alza su mirada al Árbol de las Esferas.

Aquella esfera llegó a ser una poderosa luminaria. Tan grande, que la eterna noche del Cementerio fue anegada con luz como si fuese pleno día, arrebatándole su magia, su esencia. Los primeros en desaparecer fueron los duendes, que dejaron de asomarse entre la maleza, y pronto las hadas los siguieron. Los espíritus huyeron a las sombras subterráneas de las criptas. Los últimos, los ángeles de piedra, no desaparecieron, pero no volvieron a moverse, estatuas mudas con rostros escondidos entre manos y alas.

Incluso la Sombra pensó que desaparecería bajo aquel Sol, sumido en un letargo silente mientras custodiaba aquel sueño.

Pero la Esfera menguó de golpe.

Y el cuerpo dormido que sonreía en sueños sobre su blanco catafalco de mármol comenzó a agitarse en un extraño baile.

La noche volvió a adueñarse del reino dormido y escondido, que poco a poco volvía a vivir.

Y La Sombra, el Trobador, vigila angustiado el inconsciente Yo.

Retira sus lágrimas con el dorso de su mano, y su mirada se clava en las sombras y en la neblina gris que, más allá del Árbol de las Esferas, parece aguardar. Su rostro de tristeza se ve cortorsionado por la furia.

"¡Tú! ¿Cómo te atreves a venir aquí?" escupe entre dientes, acusador, encarándose con la figura velada por las brumas. "Ya le has hecho suficiente daño. ¡Ya no eres bienvenida en este lugar! ¡Vete de aquí!"

"... no pretendo herirla." la voz es suave y está cargada de una pena tan profunda y serena que incluso la ira de la Sombra se apacigua en parte."No puedo marcharme..."

"Puedes. Lo harás."

"Tú no has podido... ¿por qué yo sí? ¿Cuál es la diferencia entre nosotros?"

"¡Que yo soy un ideal nacido de una ilusión!" grita la Sombra del Trobador. "No soy parte de Ella. Soy un anhelo. Soy un guardián. Soy lo que alguien debió ser... siempre estaré a su lado. Amándola de la forma que los humanos no pueden amar. Nunca la defraudaré, porque no puedo. No tengo una existencia real. Pero tú... tú eres real. Existes dentro de Ella. Eres parte de ella. Y la estás matando."

El asentimiento de la Dama del Cuervo es triste. No niega la verdad.

Envuelta en oscuros velos, con el ave posada en su hombro, se aproxima a quedos pasos hacia el altar y contempla su rostro, que llora dormido. La Sombra se interpone en un principio, en ademán hostil y defensor, pero la triste y tenue sonrisa de la Dama del Cuervo lo desarma. Ve la culpa y el dolor con los que carga.

"El sueño terminó." susurra la recién llegada, en un tono que es a la vez una súplica de perdón y un llanto desgarrado. "Y llegó la pesadilla."

Él posa su mano fantasmal en el rostro insconsciente y amado, y deja una lágrima escapar.

"De nuevo quebrada. De nuevo decepcionada." mira a su nueva compañera. "Te aniquilaría si pudiera, pero sólo Ella puede matarte. Eres inmortal de la misma forma que yo."

"Ojalá no lo fuese. Quizás ni siquiera Ella pueda destruirme."

"No puedes quedarte."

"Lo sé. Pero no me deja marchar del todo aún. Sabes que jamás lo hará. Está en su Naturaleza."

"Sal del Cementerio. No pongas un pie entre sus muros. Podrás existir fuera de aquí, allá en los mundos de Ella." la sentencia es dura, la mirada inflexible. "Pero jamás podrás morar dentro otra vez."

La Dama del Cuervo asiente sin discutir su condena, y se inclina sobre el pecho desnudo para tomar la Joya entre sus manos.

"¿Debo llevármelo?"

"Es tuyo. Y Ella ya no desea tenerlo."

"No puedes saber eso. Aún no despierta."

"Sí lo sé. Ella no lo quiere ya. Intentó destruírlo muchas veces, antes de que tú nacieras, y sabe que es imposible. Antes que volver a verla sufrir con los pedazos incrustados en su carne, elijo exiliarlo. Llévatelo. Aún te pertenece, y por ello te maldigo."

Una vez más, la Dama del Cuervo sólo asiente dócilmente, sin protestar por el frío trato. El Rubí late en sus manos, de una forma enferma y agónica, su brillo teñido de corrupción. Tristeza en sus ojos del color del oro viejo.

"Sabes que se lo devolvería si pudiera hacerlo. Si con ello la sanase."

Él asiente y le da la espalda, de nuevo vigilante de Yo.

Y así se exilia la Dama del Cuervo, siempre envuelta en nieblas, velos y tristeza, cargando consigo su culpa: seguir existiendo una vez acabo el sueño. Sabe su destino: merodear para siempre junto a las puertas y muros del Cementerio al que no le está permitido regresar. 


La Esfera Rey, lo que fue un Sol, es ahora apenas un corazón humano, de luz débil y pequeña, que cuelga como un magro fruto. Es lo que les sucede a las Esferas que sólo tienen una única fuente de alimento: Yo, Alma Condenada.

Las Esferas siempre necesitan dos.


Y bajo la fantástica luminosidad nocturno que emiten los cielos estrellados del Cementerio, un profundo suspiro precede al aleteo de unos párpados y al temblor de unos labios.

Y la Sombra, el Trobador, el primero en regresar del sueño silente, es testigo del despertar. Y le dice lo que quiere decirle, lo que sabe que desea escuchar.

"Te amo."

Una sonrisa, tan triste como la Dama del Cuervo, cargada de afecto por él. Por sus Esencias. Por su Mundo, que es mejor que aquél que habita.

- Estoy cansada...-

Cansada de sueños, y de pesadillas.


(Sí... he regresado...)

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