Toda historia tiene un principio...


... y esta aún no ha llegado a su final.

Pero para entender el Ahora, debes conocer el Ayer.

En esta crónica plagada de claves, de secretos, de metáforas, simbolismos y sueños, sólo quienes comiencen el viaje desde el mismo punto en que se inició lograrán comprenderlo.

Toda historia tiene un Principio. Comiénzalo.




lunes, 28 de noviembre de 2011

Paseando entre tumbas (cuatro años después)



Shhh... silencio. Al que una vez se llamó muerte del tiempo. Ven, acércate a las puertas. Esta noche, como muchas otras, están abiertas, y hoy es noche de celebración.

Un año más, las Esencias viven su fiesta natal, bajo un cielo que es un revoltijo de colores nocturnos, una aurora boreal nunca vista en la tierra, flores de fuego, melodías y risas.

El Alma Condenada los contempla con una sonrisa, abarcando con su mirada todos sus dominios. Y piensa.

"Lápidas, lápidas. Testimonios de mi camino. ¿Cuántas he tallado ya? ¿Cuantas veces he llorado para saciar la sed de mi arboleda?" abre los brazos y gira sobre sí misma. "Mis reinos... ¿cuándo surgisteis? ¿Cuándo os imaginé en mi interior?"

"Del mismo modo que nosotros... nacieron cuando los necesitaste" sonríe la Sombra del Trobador.

"Tenía tantas cosas que decir sin saberlo... tanto que expresar que no me bastaban las palabras."

¿Pero acaso algo puede bastar para un soñador? ¿Algo puede detener una imaginación sin límite conocido? No, sólo puede crecer. Antiguas, las primeras lápidas son el génesis. Ella las acaricia con cariño. El Cementerio creció, y en su corazón apareció la arboleda sagrada. Ella danza entre los árboles. Pero no era suficiente, necesitaba algo que reflejase su Rubí, que reflejase también cómo percibía ella lo que los demás sentían. Y brotó el Árbol de las Esferas, cada fruto una vida, cada hoja una canción perdida. Ella lo abraza, se baña en su fulgor. Era la tumba perfecta, y en sus raíces enterró el Amor que perdió. Sabía que el recuerdo era importante, y así talló el Epitafio.

El Alma crecía, aprendía, vivía. Ya no bastaba sólo con su reino de Sueños Olvidados. En algún punto debía acabar el día para que la noche comenzase. En algún lugar la hierba era verde de verano. En alguna parte tenía que aguardar la Lobo mientras contempaba al Águila volar lejos, hasta desparecer, y así hallar a su Amor. Y su ser creó los Acantilados Crepusculares, que más tarde uniría a su reino primigenio mediante las praderas en las que el Sol ya no se veía pero la Luna aún no salía, con esa luz peculiar de las noches de plenilunio.

A veces la Lobo observa el Mundo de Ella. Pero esa es otra leyenda y no está siempre presente.

El Alma Condenada concluye su viaje en el mismo sitio donde lo empezó: la Noche, la primera lápida. Y al mirar atrás, al ver todo lo que ha recorrido, sonríe. La fiesta sigue. La noche avanza.

Regresa para danzar, cantar y reír con sus Esencias. Hoy se cumple un año más.





A tí, mi Mundo, mis Sueños,
a tí, a quien tanto pregunto,
a tí, a quien tanto cuento,
a tí, a quien tanto quiero.

Reflejas mi Alma
en miles de fragmentos
en mi complejo caleidoscopio
de sentimientos.

A veces no sé qué escribir,
no siempre encuentro inspiración,
noches en vela en tus puertas
sin que brote una sola canción.

Cuatro años... ¿tanto tiempo?
No quiero abandonarte,
mi creación, mi reino...
¿cómo olvidarte?

Tu función ha cambiado,
mi Alma también.
Pero sigues siendo una parte de mí.

Parece que hace mucho, mucho tiempo, cuando con un poema de amor dedicado a mi demonio hice nacer, bañada en llanto, este oscuro rincón. No es, como podría creer mucha gente, un lugar pensado para invitar a la desesperación, al dolor y a la amargura. La oscuridad no siempre es muerte y tristeza. Es tan sólo mi pequeño jardín secreto, mi forma de encarar la vida y seguir adelante, un canto, si queréis verlo así, a la esperanza.

Yo no dejo lo que una vez empiezo, ni olvido aquello en lo que una vez deposité mi corazón. Eso también es una lección de este Cementerio.

Hagáis lo que hagáis, sean como sean vuestros mundos, tan sólo os digo en este cuarto año: vivid. Cuando cae el Sol siempre se levanta la Luna, y viceversa. Llorad si lo necesitáis, escribid lápidas tristes o alegres, divagad, soñad, pero sobre todo...

Vivid.


(Nunca pensé que llegaría hasta aquí, y ahora pienso que aún me queda mucho camino que andar...)




martes, 15 de noviembre de 2011

Leyenda perdida



Es Invierno. Pero no aquí. Los Reinos del Alma Condenada no se rigen por la estaciones mortales, como tampoco lo hacen sus astros.

Brisas del desierto, que traen caricias de fuego en su aliento. Cielo estrellado, negro, violeta, naranja, dorado. Suaves alfombras de la más fina hierba, y árboles eternos. Noche perfecta.

Y sin embargo, el Invierno es la época de las leyendas. Cuando el Sol se esconde, y la nieve cubre con su manto el mundo, los clanes se reúnen en sus grandes salones, y entonces se narran leyendas, trenzadas con la magia de la voz, las palabras y el recuerdo.

La Sombra, el Trobador, acaricia los cabellos del Alma en reposo, acurrucada como un cachorro y con una serena sonrisa, vestida con telas de rayos de luna, el blanco más puro.

"Cuéntame una leyenda"

Ella sonríe ante su ruego.

"¿Otro fragmento perdido?"

Él asiente, con una sonrisa y los ojos brillantes.

Y la voz del Alma entreteje la magia para esta leyenda...





En los tiempos antiguos, cuando los mundos eran jóvenes, los seres danzaban bajo la Luna. Siempre lo hacían, en las noches de cielo despejado. Todos ellos eran diferentes, quizás no hubiera dos iguales, pero todos ellos eran amigos. Cada uno especial, a su manera. Y entre ellos, estaba el lobo.

Era hijo de la Dama Nocturna, tan apuesto como letal, reflejo de espejo de Luzbel. Poderoso, inteligente, caminaba entre el bien y el mal porque así es la naturaleza de toda criatura viviente. Lo tenía todo, y sin embargo... algo faltaba. Rodeado de sus compañeros, a veces se sentía solo.

Pero él sabía muy bien el por qué.

El festejo se enardecío: la invitada más extravagante estaba a punto de aparecer. Y todos miraron al cielo: ella surgió de él, trazando un arco de plata, iluminando todo con su resplandor. La estrella fugaz. Era una de ellos, su amiga. Y las noches en que todos danzaban, cruzaba el cielo desplegando su cabello de fuego, riendo y bailando como todos los demás.

Pero nunca se quedaba hasta el final. Nadie sabía por qué, ni adonde iba, ella sólo desaparecía en el otro extremo, tras haber regalado sonrisas y ánimos.

Esta noche sería diferente. Esta noche, el lobo la seguiría.

Él comenzó a correr, bajo la plateada estela. Sin pensar, sin cuestionar, sin descansar, sólo persiguiéndola veloz y silencioso, negándose siquiera a aminorar su marcha porque no quería arriesgarse a quedarse atrás y perder el fino hilo en lo alto que lo guiaba.

Atravesó los bosques, cruzó por el paso de las montañas, y finalmente la encontró. Estaba en el pico más alto, contemplando el valle donde los demás festejaban. Se acercó como una sombra, sigiloso, alerta. Sitiendo en su interior los desbocados latidos de su corazón.

Entonces la oyó.

Ella estaba llorando. Era un llanto susurrado, que no quería ser escuchado, pero cargado de tristeza. Y él no pudo controlarse más.

De un salto, la poderosa criatura se lanzó sobre la figura ígnea. La estrella apenas tuvo tiempo de girarse, sorprendida por el rugido, antes de encontrarse atrapada entre sus patas delanteras. El miedo la recorrió, pero no por sí misma, si no por él. ¡Ella era de fuego! ¡Podía quemarlo! ¿No se daba cuenta? ¡Ella no quería hacerle daño! ¡No!

El lobo no lo había pensado en ningún momento. La miró, fascinado: nadie sabía a ciencia cierta cómo era la estrella, pues su brillo y la distancia en la que siempre estaba impedían ver su verdadera forma. Era más pequeña de lo que él imaginaba, delgada y esbelta, de piel suave como una caricia y grande ojos resplandecientes. La rodeaba un aura de fuego plateado y blanco del que también se componía su cabello; como las criaturas, no tenía otro traje más que su dermis.

Notó que trataba de zafarse de su agarre, alejarse de él, pero no por temerlo si no porque tenía miedo a dañarlo. Él la sujetó más fuerte.

"Tu fuego no me herirá..." susurró, acercando su hocico a la oreja de ella. "Tú no lo permitirás... y si alguna vez no lo controlas, yo puedo soportarlo..."

Una lágrima se unió a las que ya marcaban su rostro.

"Pequeña estrella, pequeña estrella..." la llamó él, mientras lamía delicadamente cada perla líquida de sus mejillas. "¿Por qué lloras?"

"Porque deseo algo que no puedo tener. Porque..." volvió su mirada al valle de los danzantes "... no puedo estar con los que más amo. Mi piel es de fuego, mi aliento son llamas. Quemo y abraso con mis sentimientos a quien se acerca a mí, aún cuando yo no desee hacerles daño. Nadie necesita eso... nadie me necesita como yo necesitaría a alguien. Y al alejarme siento soledad... al mirarlos, a veces los envidio... y por eso lloro mientras los veo bailar."

El lobo sonrió.

"Huíste, y te perseguí. Te escondías cada noche, y te encontré. Ahora, pequeña estrella, eres mía... mi estrella." él siempre lo había sabido, al verla en los cielos. La necesita.

El lobo amaba a la estrella fugaz. No era el perfecto amor de los cuentos, pues también tenía un componente de egoísmo: no quería compartir el calor dorado de su estrella, no pensaba revelar a nadie dónde se escondía su estrella; le gustaba que algo de ella fuese sólo de él, pero eso era porque algo de él era sólo de ella. Y por eso, ya no dejaría que volviese a desaparecer antes del alba. Jamás.

Las llamas plateadas lo envolvieron cuando la estrechó contra sí. No le importó. El fuego blanco lo rodeó como un aura mientras se fundía con ella. No le importó. La estrella fugaz amaba al lobo, no podía herirle con su ser.

Dolor, no lo sentía... sólo calidez, pasión, plenitud. Se amaron cada noche como si fuese la primera y la última.

Hay una cosa sobre las fugaces que es cierta: un deseo se concede si atrapas una. Él lo obtuvo.

El lobo que cazó a su estrella fugaz.



Su voz fue extinguiéndose poco a poco, había concluído el relato.

"Has vuelto a hacerlo." la acusó el Trobador con una sonrisa en los labios "Esa leyenda tampoco es real."

"Pero también es hermosa..." fue la incuestionable réplica.

Y ambos alzaron la vista al cielo, buscando un deseo que cumplir en las estrellas.



(Otro fragmento perdido, otra leyenda olvidada...)