Toda historia tiene un principio...


... y esta aún no ha llegado a su final.

Pero para entender el Ahora, debes conocer el Ayer.

En esta crónica plagada de claves, de secretos, de metáforas, simbolismos y sueños, sólo quienes comiencen el viaje desde el mismo punto en que se inició lograrán comprenderlo.

Toda historia tiene un Principio. Comiénzalo.




martes, 15 de noviembre de 2011

Leyenda perdida



Es Invierno. Pero no aquí. Los Reinos del Alma Condenada no se rigen por la estaciones mortales, como tampoco lo hacen sus astros.

Brisas del desierto, que traen caricias de fuego en su aliento. Cielo estrellado, negro, violeta, naranja, dorado. Suaves alfombras de la más fina hierba, y árboles eternos. Noche perfecta.

Y sin embargo, el Invierno es la época de las leyendas. Cuando el Sol se esconde, y la nieve cubre con su manto el mundo, los clanes se reúnen en sus grandes salones, y entonces se narran leyendas, trenzadas con la magia de la voz, las palabras y el recuerdo.

La Sombra, el Trobador, acaricia los cabellos del Alma en reposo, acurrucada como un cachorro y con una serena sonrisa, vestida con telas de rayos de luna, el blanco más puro.

"Cuéntame una leyenda"

Ella sonríe ante su ruego.

"¿Otro fragmento perdido?"

Él asiente, con una sonrisa y los ojos brillantes.

Y la voz del Alma entreteje la magia para esta leyenda...





En los tiempos antiguos, cuando los mundos eran jóvenes, los seres danzaban bajo la Luna. Siempre lo hacían, en las noches de cielo despejado. Todos ellos eran diferentes, quizás no hubiera dos iguales, pero todos ellos eran amigos. Cada uno especial, a su manera. Y entre ellos, estaba el lobo.

Era hijo de la Dama Nocturna, tan apuesto como letal, reflejo de espejo de Luzbel. Poderoso, inteligente, caminaba entre el bien y el mal porque así es la naturaleza de toda criatura viviente. Lo tenía todo, y sin embargo... algo faltaba. Rodeado de sus compañeros, a veces se sentía solo.

Pero él sabía muy bien el por qué.

El festejo se enardecío: la invitada más extravagante estaba a punto de aparecer. Y todos miraron al cielo: ella surgió de él, trazando un arco de plata, iluminando todo con su resplandor. La estrella fugaz. Era una de ellos, su amiga. Y las noches en que todos danzaban, cruzaba el cielo desplegando su cabello de fuego, riendo y bailando como todos los demás.

Pero nunca se quedaba hasta el final. Nadie sabía por qué, ni adonde iba, ella sólo desaparecía en el otro extremo, tras haber regalado sonrisas y ánimos.

Esta noche sería diferente. Esta noche, el lobo la seguiría.

Él comenzó a correr, bajo la plateada estela. Sin pensar, sin cuestionar, sin descansar, sólo persiguiéndola veloz y silencioso, negándose siquiera a aminorar su marcha porque no quería arriesgarse a quedarse atrás y perder el fino hilo en lo alto que lo guiaba.

Atravesó los bosques, cruzó por el paso de las montañas, y finalmente la encontró. Estaba en el pico más alto, contemplando el valle donde los demás festejaban. Se acercó como una sombra, sigiloso, alerta. Sitiendo en su interior los desbocados latidos de su corazón.

Entonces la oyó.

Ella estaba llorando. Era un llanto susurrado, que no quería ser escuchado, pero cargado de tristeza. Y él no pudo controlarse más.

De un salto, la poderosa criatura se lanzó sobre la figura ígnea. La estrella apenas tuvo tiempo de girarse, sorprendida por el rugido, antes de encontrarse atrapada entre sus patas delanteras. El miedo la recorrió, pero no por sí misma, si no por él. ¡Ella era de fuego! ¡Podía quemarlo! ¿No se daba cuenta? ¡Ella no quería hacerle daño! ¡No!

El lobo no lo había pensado en ningún momento. La miró, fascinado: nadie sabía a ciencia cierta cómo era la estrella, pues su brillo y la distancia en la que siempre estaba impedían ver su verdadera forma. Era más pequeña de lo que él imaginaba, delgada y esbelta, de piel suave como una caricia y grande ojos resplandecientes. La rodeaba un aura de fuego plateado y blanco del que también se componía su cabello; como las criaturas, no tenía otro traje más que su dermis.

Notó que trataba de zafarse de su agarre, alejarse de él, pero no por temerlo si no porque tenía miedo a dañarlo. Él la sujetó más fuerte.

"Tu fuego no me herirá..." susurró, acercando su hocico a la oreja de ella. "Tú no lo permitirás... y si alguna vez no lo controlas, yo puedo soportarlo..."

Una lágrima se unió a las que ya marcaban su rostro.

"Pequeña estrella, pequeña estrella..." la llamó él, mientras lamía delicadamente cada perla líquida de sus mejillas. "¿Por qué lloras?"

"Porque deseo algo que no puedo tener. Porque..." volvió su mirada al valle de los danzantes "... no puedo estar con los que más amo. Mi piel es de fuego, mi aliento son llamas. Quemo y abraso con mis sentimientos a quien se acerca a mí, aún cuando yo no desee hacerles daño. Nadie necesita eso... nadie me necesita como yo necesitaría a alguien. Y al alejarme siento soledad... al mirarlos, a veces los envidio... y por eso lloro mientras los veo bailar."

El lobo sonrió.

"Huíste, y te perseguí. Te escondías cada noche, y te encontré. Ahora, pequeña estrella, eres mía... mi estrella." él siempre lo había sabido, al verla en los cielos. La necesita.

El lobo amaba a la estrella fugaz. No era el perfecto amor de los cuentos, pues también tenía un componente de egoísmo: no quería compartir el calor dorado de su estrella, no pensaba revelar a nadie dónde se escondía su estrella; le gustaba que algo de ella fuese sólo de él, pero eso era porque algo de él era sólo de ella. Y por eso, ya no dejaría que volviese a desaparecer antes del alba. Jamás.

Las llamas plateadas lo envolvieron cuando la estrechó contra sí. No le importó. El fuego blanco lo rodeó como un aura mientras se fundía con ella. No le importó. La estrella fugaz amaba al lobo, no podía herirle con su ser.

Dolor, no lo sentía... sólo calidez, pasión, plenitud. Se amaron cada noche como si fuese la primera y la última.

Hay una cosa sobre las fugaces que es cierta: un deseo se concede si atrapas una. Él lo obtuvo.

El lobo que cazó a su estrella fugaz.



Su voz fue extinguiéndose poco a poco, había concluído el relato.

"Has vuelto a hacerlo." la acusó el Trobador con una sonrisa en los labios "Esa leyenda tampoco es real."

"Pero también es hermosa..." fue la incuestionable réplica.

Y ambos alzaron la vista al cielo, buscando un deseo que cumplir en las estrellas.



(Otro fragmento perdido, otra leyenda olvidada...)

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