Se encontraron en el atardecer, cuando la lobo contemplaba las tonalidades ígneas del cielo antes de que imperasen las sombras. El Sol pintaba de dorado las rocas y hacía resplandecer llamas ocultas en su pelaje. Fue entonces cuando el jabalí se acercó.
"Eres extraña."
"¿Por algo en especial?"
"Sólo aceptas cosas concretas, y si no las puedes tener, prefieres pasar la agonía de vivir sin ellas."
La lobo sonrió.
"Así es mi alma. ¿Cómo puedo llevarle la contraria?"
El jabalí resopló.
"Si hablásemos de alimento, te morirías de hambre. ¿Por qué dejarse morir de hambre? Que no encuentres la trufa negra todos los días no significa que las raíces no te nutran. Aunque no sepan tan bien. ¿Por qué privarte?"
Ella sacudió la cabeza e invitó a su interlocutor a sentarse en las altas peñas para contemplar el Mundo de Ella mientras el astro rey agonizaba.
"Si hablásemos de alimento, significaría que, aunque yo quisiese sustituír la carne por frutos, o pescado, mi cuerpo no lo aceptaría. Podría comerlo, sí. Pero acabaría por regurgitarlo. No porque no sepan bien, o porque alguien piense que la carne es mejor. Es porque, simplemente, mi cuerpo no nació para devorar esos alimentos, y en consecuencias... ¿qué sentido tiene forzarle a comerlos? Los instintos están solos en la batalla contra la mente, el alma y el cuerpo."
Él negó con la cabeza.
"Pero puedes comerlos. ¡Yo puedo!"
"Sí, tú puedes, y respeto eso y lo acepto. No voy a menospreciarte por ello, tu dieta es tan válida como mi ayuno. Pero debes comprender que somos distintos. Y lo que tú puedes hacer libremente está vedado para mí, por naturaleza, por personalidad. Eres libre. Y yo también."
El jabalí se levantó. Ya no se veía el Sol, pero las estrellas relucían en un preludio a la Luna.
"La vida es corta como para vivirla de esa manera."
Ella le clavó sus ojos insondables, con una sonrisa enigmática.
"Pero para mí, quienes malgastáis la vida sois los que actuáis a mi inversa."
Él se marchó encongiéndose de hombros. Ella no sabía si él la entendía o no. Probablemente sí, aunque no compartiese su postura. No le preocupaba, ella tampoco compartía la suya.
Bajo la Luna, se lanzó a correr.
Eres libre. Y yo también.
(No es mi obligación, ni mi penitencia. Es mi elección)