Una vez soñé un futuro. Una vez me atreví a esperar algo. Una vez se me prometieron sueños.
Tan sólo una vez.
Tiempo después, soñar me aterra, nada espero y las promesas se convirtieron en polvo gris y vacío.
Resulta casi vano decir que esperaba una situación muy distinta a estas alturas de mi vida. Ahora sé que el último sueño real que me quedaba difícilmente se hará realidad. El reloj corre en mi contra y la estocada mortal a mi confianza fue lo bastante certera como para dejar una herida que seguramente nunca se cerrará del todo, una gigantesca y profunda cicatriz.
Pienso en aprender a soñar nuevos sueños... pero a veces me pregunto si merecerá la pena. Siempre se rompen.
Ya sólo me queda aguardar un futuro cambiante.
No se trata de que no tenga razones para sonreír, proyectos y objetivos. Pero ninguno es ni me acerca en el plazo previsto a aquello que deseaba y aún deseo, y aunque sé que hay circunstancias que no puedo controlar (el mundo, la sociedad, la economía), eso no hace que duela menos. Somos aquellos a los que mintieron, aquellos a los que engañaron prometiéndonos que con nuestra esfuerzo y constancia obtendríamos una utopía que nunca llegamos a contemplar.
La frustración es inmensa. La desesperación también.
Soñar, soñar... a veces sería mejor no despertar.
(De sueños no se vive, pero sin ellos tampoco...)