Debo admitirlo: te odiaba. Me parecías demasiado grande, demasiado saturada, demasiado de todo. Excesiva, en una palabra. Una ciudad deshumanizada, peligrosa, alejada del mar y de los bosques. Tu aire gris que tintaba mi piel de suciedad se me hacía asfixiante e irrespirable.
Pero ahora me es imposible no quererte, porque te he descubierto gracias a unos seres maravillosos, unas personas excepcionales, que viven en tí. Y ellos te han teñido de colores, te han hecho hermosa a mis ojos, que ya te miran de otra forma, te han dado vida, risa, voz y alma.
Nunca dejarás de ser la Ciudad del Aire Gris, pero ahora eres mi Ciudad del Aire Gris. Me llevaría tiempo adaptarme a tí, a vivir bajo tus reglas sin quebrar mi salud (que has logrado resentir en estos giros terrestres), a moverme a tu ritmo, a tu compás y a tu estilo, pero ahora sé que podría hacer de tí mi hogar aunque fuese temporal. Ya no te odio y ya no te temo.
Porque en tu interior albergas joyas.
Quizás algún día habite en tí. Hasta entonces, al igual que a la Esfera Austral, te visitaré cuando me sea posible y te reservaré un rincón en mi afecto.
Mi Ciudad del Aire Gris.
(No sólo se ha redimido la ciudad, también un grupo que hasta entonces no lograba escuchar a causa de ciertos recuerdos asociados. Ahora ya puedo volver a escucharlo disfrutando del otro significado que para mí tenía. Y paré Madrid, Sínkope...)