No, no es posible, no puedes ser tú, no puedes estar ahí en carne y hueso, mirándome sonriente y esperando a que te salude.
No puede ser, los dioses me juegan una mala pasada. ¿Tú aquí? ¿En esta tierra que es de los dos y a la vez de ninguno? ¿A qué has venido? ¿Y por qué tuvimos que encontrarnos?
Pareces buscar mis ojos... ¿Es que acaso notas que desvío la mirada? No creo que te preguntes por qué, tú lo sabes mejor que nadie, o deberías saberlo.
Tu voz se dirige a mí, preguntando, comentando, pero las respuestas son pocas y breves. ¿No lo sientes? Qué pena.
Quizás estoy paranoica, quizás es mi mente desconfiada en perpetua alerta, pero tu comportamiento da la sensación de que buscas que te mire, te hable, reconozca tu presencia, que te preste atención.
¿Que te sonría, quizás? ¿Una sonrisa verdadera?
Lástima.
Ya no queda sitio para la tranquilidad, ya no queda sitio para la calma, y casi no hay hueco para la paciencia. Mi frialdad ha entrado en escena por la puerta grande para ignorarte por el bien de mi frágil cordura y de mi corazón vulnerable y traidor, que aún se acelera al sentirte.
Frialdad recibí de tí cuando más te necesité. Rechazo me hiciste notar cuando más clamaba por un simple abrazo tuyo.
¡Simplemente deja de herirme! ¡Es lo único que te pido ahora!
Antes podía comprenderte, podía entenderte, podía mirarte a los ojos y saber. Y ahora ya no puedo y no entiendo que buscas haciéndome esto, después de que fui sincera contigo. ¿No puedes serlo tú también?
Hasta que no lo seas, seguirán creciendo.
La oscuridad en mis ojos y mi furia de hielo.