Noche plácida, pausada, serena. La Luna se oculta casi por completo, convertida en una curva hoz dorada, y las estrellas campan a sus anchas en un cielo de terciopelo morado y negro.
Por las avenidas, danzan los duendes y las hadas, mientras los demonios juegan entre los ángeles de piedra. Hoy es noche de celebración. Pero la atmósfera está calmada, como si se celebrase algo muy antiguo, algo ya ocurrido, como una madre que recuerda el bebé que fue su hijo adulto. Con una dulce sonrisa en los labios.
El Alma Condenada baila y canta en el centro de su reino, entre los árboles sagrados. Se gira y contorsiona y lanza al aire su melodía, convirtiéndola en diamantes de luz y notas. Es un acto hermoso, puro, sencillo.
Un acto que lleva a cabo porque lo desea.
Y al llegar el apogeo de la noche perfecta, se desliza con tintineo de campanillas de cristal hacia el árbol de las esferas, que hoy relucen con tonos de metal dorado.
Con el Rubí latiendo en sus manos, se arrodilla junto a las raíces, junto al epitafio y la tierra esponjosa. El Rubí se transforma en una copa que ella inclina sobre la tumba y derrama, gota a gota, un líquido precioso, como estrellas acuáticas o lágrimas de dioses.
De entre sus ropas saca una espada que coloca sobre la tierra recién regada, una rama de verdes hojas, un laúd de sauce y una concha nacarada.
Son sus regalos.
Sella la entrega con un beso en el epitafio.
Es su regalo.
No han hecho falta palabras. No harán falta.
Ella sabe, y con eso, es suficiente.
(Cuéntame que hay al otro lado del silencio...)
1 comentario:
son unos regalos hermosos.
Feliz noche natal :*
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