Toda historia tiene un principio...


... y esta aún no ha llegado a su final.

Pero para entender el Ahora, debes conocer el Ayer.

En esta crónica plagada de claves, de secretos, de metáforas, simbolismos y sueños, sólo quienes comiencen el viaje desde el mismo punto en que se inició lograrán comprenderlo.

Toda historia tiene un Principio. Comiénzalo.




lunes, 22 de marzo de 2010

Leo, en la eternidad...



Llegaste a nuestras vidas una cálida tarde de principios de verano. Eras una cosita suave y esponjosa, de apenas un mes, que cabía en la palma de mi mano, hiperactivo y juguetón. Nos encandilaste con tus gracias y nos robaste el corazón con tus ojos, brillantes, inocentes y llenos de amor. De camino a casa, olfateaste mi cuerpo, mientras te llevaba pegado a mi pecho. Habías venido para quedarte.

Te educamos y nos educaste. Tu carita de cachorro pilluelo, que con los años se aclaró de una máscara negra a un dorado homogéneo, nunca perdió esa expresión de pilluelo travieso, ni siquiera cuando te regañábamos. ¿Recuerdas? Te tumbabas boca arriba y fingías estar arrepentido, tapando con tu patita esa sonrisa pícara que tenías.

Aprendiste a entender nuestro idioma, hasta tal punto que llegó a dar igual las metáforas con las que nos refiriéramos a darte un baño, te las sabías todas y salías disparado. Había que perseguirte y llevarte en brazos a la bañera. Aprendiste a pedir chucherías dando toques a nuestros brazos, a poner carita de pobrecito yo, a solicitar que te abriésemos las puertas.

Nos enseñaste a entender tus gestos, ladridos, lamentos y miradas. Sabíamos cuando querías agua, comida o salir a hacer tus cosas, cuando querías jugar a la pelota y cuando te gustaba una cosa.

¡Cómo disfrutabas yendo en coche, te encantaba! Pretendías hasta conducirlo, poniéndote en el asiento del conductor a la que lo veías libre. Y el agua, con lo que costaba llevarte al baño, eras el primero en estrenar la piscina. Cogías tu pelota y la acercabas al borde, jugueteando con ella hasta que "por descuido" se te caía, y entonces ya tenías una excusa para tirarte tú. Llegaste a sorprendernos a todos al demostrar que sabías subir por la escalerilla de metal y meter la cabeza bajo el agua para buscar tu pelota. En la playa, perseguías las olas. ¡Y qué hilarante era verte, en la lancha, tratando de morderlas y ladrándoles desde la proa, sentado a mi lado! Prácticamente te convertiste en la mascota del club de buceo, no te perdías ni una. Adorabas tanto el mar que a veces, en broma (¿te acuerdas?) te llamaba delfín-terrier.

Uno de tus muchos nombres, en realidad. Leo era el oficial, sí, pero Torbellino (de mi parte), Mizifú, Milú o Leoncio (de mi padre), Cariño, Corazón o "Jovejita" (de mi madre), Pig-terrier (de parte de todos, cuando llegabas rebosante de sactisfacción tras un paseo por el barro y una investigación profunda de la tierra), Nicki Lauda (en el coche)... tu nombre se convirtió, para nosotros, en sinónimo de fox-terrier, y si veíamos uno decíamos "Anda, mira, un Leo!".

Eras un fox terrier. Tenías que haber vivido tus buenos veinte años. Haber envejecido dulcemente junto a papá y mamá, siendo como fuiste siempre su sombra cariñosa, que nos hacía tropezar metiéndose constantemente en medio a curiosear. Tenías que haberte hecho abuelito, hasta llegar a ese día en el que vigilarías con benevolencia a un cachorrito, quizás hijo o nieto tuyo, jugando con un bebé. Tenías que haberte extinguido sin dolor, dormitando, arropado por nuestro amor y nuestro eterno cariño.

Pero fue ese mar que tanto amabas quien se quedó con tu cuerpo.

Nos has dejado en un suspiro, en un golpe de viento. Un triste accidente, una tontería junto a un acantilado, te arrebató. Ni siquiera se pudo recuperar tu cuerpo, caído entre las rocas. Mis padres tuvieron que presenciar impotentes cómo te perdíamos para siempre. Mamá casi se fue detrás tuyo, desesperada por alcanzarte. Papá tuvo que sujetarla. Fue tan cruel para ellos... para todos... Te nos fuiste en tu querida playa de San Román. Papá siempre nos dijo que cuando muriera esparciéramos sus cenizas en la ría de Viveiro, y ahora tú estás allí. Le esperarás, ¿verdad? Para darle una de tus cariñosas bienvenidas cuando llegue. Cuida de nuestra hermana Eva entretanto, ¿vale?. Seguramente te quiere tanto como nosotros.

Y ahora tenemos que aprender a entender que te has ido, y nos faltas tanto... oímos tus uñas golpeando el suelo en tus paseos por la casa, tus suspiros antes de dormirte, tus ladridos persiguiendo a los gatos. Te vemos tras la puerta acristalada, esperando a que te abramos, en la cocina, pidiendo de comer... y tengo que recordarme a mí misma que ya no debo dejar platos con comida en el suelo. En el coche, recibiendo a lametonas a quien entrara, pidiendo mimos. Guardo tu arnés, tu comedero y tu jueguete.

Es duro. Sabíamos que tarde o temprano nos dejarías, pero no tenía que haber sido así. Ni siquiera pude despedirme como es debido.

Atrás has dejado todo tu amor en unos corazones que mueren sin tí. Eras un hijo y un hermano. Eras de la familia.

No tendremos más perros. Papá y mamá lo decidieron y me parece justo que así sea. Quizás cuando me independice vuelva a tener a una criaturita especial conmigo, como tú. Pero ahora y siempre, eres insustituible.

Nos hiciste muy felices, y creemos que nosostros a tí también. ¿Tuviste una vida plena y feliz? Yo siento que sí.

Te amamos. Nunca dejaremos de hacerlo. Nunca te olvidaremos.

Te lo prometo.

Estarás en la eternidad, con nosotros, por siempre.




Leo L. I.

20-04-2002 · 20-03-2010

En nuestro corazón, siempre vives.


A menudo he visto y oído a muchas personas decir que hay que ver cómo se pone la gente cuando muere un animal mientras que no derraman ni una lágrima por todos esos hombres, mujeres y niños que mueren cada día. Esas personas nunca han tenido a su lado a un ser tan cariñoso y fiel, me figuro, pero por si acaso, les aclaro: dentro de poco cumpliré 22 años. A lo largo de toda mi vida, he tratado humanos, leído y visto lo que hacen y comprobado en mis propias carnes de lo que son capaces. Los humanos me han herido, dañado sin razón, me han hecho odiarlos multitud de ocasiones, y me han traicionado más veces aún. No todos, pero sí muchos más de los que deberían haber sido.
Pero Leo, al igual que mi adorada Yami, me entregó, nos entregó, todo, sin pedir nada a cambio más que un poco de nuestro amor. Nos dio fidelidad, dulzura y amor sin límites y sin dobles intenciones. Nos brindaba compañía cuando nos sentíamos solosy nos consolaba cuando estábamos tristes. Era el pequeño bebé mimado de mi madre, la sombra cariñosa de mi padre y nuestro revltoso hermano pequeño. Lloro mientras escribo esto, y lloraré por él muchas más lágrimas de las que lloraría por muchos humanos. Porque él sí que se las merece.


(El hueco que has dejado nunca se llenará, hasta el día en que volvamos a reunirnos al Otro Lado...)


domingo, 7 de marzo de 2010

Desde abajo


Hace tiempo escribí este poema-canción para explicar lo que sentí durante mi primer concierto. Hoy, años después, os muestro a vosotros, que estuvisteis conmigo allí abajo, que sigo sintiendo la misma emoción que antaño. Porque para los que brincamos abajo, el escenario siempre será el cielo al que nos lleve esa escalera que nos cantan las viejas leyendas del rock. Podría escribir sobre la tristeza y el dolor que ayer surgieron, pero antes prefiero mostraros que no todo es luz marchita en mi dulce oscuridad.


Ha comenzado

a fluir en mis venas la sangre

llevando

adrenalina, más a cada instante.

Esta noche

que aguardaba desde hace tiempo

ha llegado

y por fin nuestros gritos llenarán el viento.

En la sala

junto al escenario ya no cabe un alma,

luces fuera,

el concierto ya empieza, ha huído la calma.


Y aquí estoy,

brincando en el suelo,

envuelto en un mar de llamas,

envuelto en un bosque de ramas de cuernos

disfrutando desde abajo

desde abajo... mirando el cielo.


Una sola voz

al unísono son mil gargantas.

Cada canción

se hace especial, y no una entre tantas.

El cansancio

se aferra a los cuerpos pero es ignorado.

Nuestras bocas

sedientas y ansiosas aguardan un trago.

Ya se acaba,

y los ansiados tesoros nos son arrojados.

Alargamos

el último aplauso... todo ha terminado.


Y aquí estoy,

brincando en el suelo,

envuelto en un mar de llamas,

envuelto en un bosque de ramas de cuernos,

disfrutando desde abajo,

desde abajo... mirando el cielo.



(¡Salve, Barón!)