Toda historia tiene un principio...


... y esta aún no ha llegado a su final.

Pero para entender el Ahora, debes conocer el Ayer.

En esta crónica plagada de claves, de secretos, de metáforas, simbolismos y sueños, sólo quienes comiencen el viaje desde el mismo punto en que se inició lograrán comprenderlo.

Toda historia tiene un Principio. Comiénzalo.




martes, 29 de abril de 2008

Si amaneciera...



Hace mucho, mucho tiempo, un lobo tuvo un sueño. Un bello sueño.

En sus sueños, el lobo corría libre por los bosques, cazando y viviendo en libertad. Y junto al lobo iba un águila que volaba muy alto en el cielo, radiante como el sol. El ave siempre le acompañaba, y el cánido siempre corría lo más veloz posible para nunca quedarse atrás.

En sus sueños, siempre estaban juntos.

Cada noche, el águila cubría al lobo con sus alas de manera protectora, dándole la paz que el lobo precisaba cuando se agotaba corriendo. Cada día, el lobo llevaba al águila en su lomo brindándole el apoyo que el águila necesitaba cuando se cansaba de volar.

Era su sueño, y era hermoso.

Los ojos color miel del lobo contemplaban con anhelo al águila cuando ésta reinaba majestuosa en el cielo. Los ojos verdes y pardos del águila miraban con anhelo al lobo cuando éste bailaba con su manada en los cánticos a la Diosa Luna.
Juntos, se ahogaban en la mirada del otro, oro contra esmeralda, pupilas de azabache, visión de depredador.

Juntos.

Pero la noche eterna no existe, y el alba cruel trajo consigo el despertar.

El despertar, la muerte de los sueños.

Y el lobo aulló a los cielos de la realidad la canción reservada al águila que sólo habitaba en sus sueños.






(Si el reino de los sueños muere con el alba, no quiero ver amanecer...)

jueves, 17 de abril de 2008

Rabia



En una lápida ya tallada el Alma Condenada habló del odio. Hoy escribe acerca de su hermana la rabia, clavando duramente sus garras ensangrentadas en la fría piedra. Fría como su furia. Fría como sus ojos. Fría como su corazón ahora mismo.

La rabia es distinta del odio. La rabia es un estallido de furia y de dolor, de energía mancillada sin un objetivo claro, a diferencia del odio, que se enfoca en algo alguien.

El Alma Condenada siente rabia. Y cuando piensa en la incompresión sufrida al explicar sus sufrimientos, siente aún más rabia.

Porque está harta de que le digan lo que necesita oír, y no lo que realmente quiere escuchar.

Cuando la rabia estalle, la sangre manará. Y por una vez, no va a ser la suya.





Te escondes, ¿verdad?
oculta tras tu paciencia,
¡cobarde!
Es tu debilidad,
el fingir, tu mayor ciencia.

Si eso es lo que deseas en realidad,
si lo que quieres es herirlos a conciencia,
¡máscara de falsedad!
Imita su lengua bífida, enmula su frialdad,
sabes que no hay otra manera.

¡Hazlo, ellos no deben importar!

¡De acuerdo!

¡Sabes que como eres nunca te aceptarán!

¡Muy bien!

¿Para qué ahogarme en mi sufrimiento,
cuando puedo deleitarme haciendo sufrir a los demás?


(Un día el miedo se acabará, y entonces saldrá la bestia...)

domingo, 6 de abril de 2008

Como a nada ni nadie...



El Alma Condenada se esconde entre las estatuas de los ángeles. Nadie debe oírla. Nadie debe verla. Porque se esconde para llorar, y eso es algo entre ella y su soledad.

Su llanto es rabia. Su llanto es tristeza. Su llanto es amor, y sueños desvanecidos.

Pero no busca compasión. Ni comprensión. Sólo desea, anhela, ruega. Ni ella misma entiende que su sentimiento sea más fuerte que su razón, pero es así, y debe cargar con ello.

Y en su interior, piensa que ojalá el águila que un día voló lejos comprenda lo que pretende transmitirle. Son palabras egoístas y pretenciosas, y ni siquiera son suyas, pero son las que su corazón le grita porque, realmente y como a nada ni nadie, lo amó.

Inscripción robada a otro cementerio secreto, donde hace tiempo también se lloró por sentimientos.



Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido, desengáñate...
¡así, no te querrán!




(Restos de una rayada melancólica y de retazos de sueños, no sabría decir si recuerdos o proféticos...)



miércoles, 2 de abril de 2008

Máscara de piel



Hoy vuelvo a quedar. Como otras escasas veces. Intento llegar puntual, pese a que no es mi fuerte, pero creo que es importante en esta ocasión, igual que lo fue en anteriores.

Y aparece. El extraño me saluda con una sonrisa de confianza grabada en esa máscara que lleva. Reprimo los impulsos de arrancársela y le devuelvo la sonrisa. Es adorable lo hipócrita que puedo llegar a ser, yo, que normalmente echo pestes de la falsedad. Mi saludo es tan entusiasta como siempre, quizás menos cálido. Hago la broma que vengo haciendo últimamente y que no sé hasta cierto punto cuanto tiene de broma.

Este extraño camina junto a mí, mostrándose muy cómodo con su disfraz de carne y hueso envuelto en epidermis. Casi podría creérmelo. Lo miro de reojo un segundo, comprobando que al menos su atuendo es diferente. Tampoco su cabello es el mismo. Una pena.

Vuelvo a poner mi mejor carita hipócrita mientras le doy conversación, intentando mostrarme amable y agradable. Pero hay una parte de mi cuerpo que no está conforme, y el puñal indisciplinado que habita en mi boca (ergo, mi lengua bífida) suelta el primer veneno. Es cuestión de tiempo que salgan más.

No sé si el extraño llega a captarlos todos. Algunos me los devuelve, pero no alcanza ni la mitad de saña que yo al mandárselos.

Sigue junto a mí, con su disfraz y su máscara. Pero sé que no es él.

Detrás de esa cara robada ahora habita un extraño.

Y mientras me despido, cierro los ojos un segundo cuando me abraza, para respirar su aroma y sentir su calidez. Incluso eso ha tomado, y por un segundo la farsa me engaña.

Pero durante todo este tiempo no he podido dejar de preguntarme en mi mente... sangre y piel, carne y hueso, el disfraz más perfecto no deja de ser el propio cuerpo...

¿Quién eres, desconocido?